Todos los discursos exaltaron su sencillez y sobriedad, y su disposición para enseñar. Ella, Aída Kemelmajer de Carlucci, devolvió los elogios con un “antidiscurso” que puso de manifiesto -una vez más- que es sencilla, sobria y ama la docencia. Así, despojada de formalidades innecesarias, y cómoda en un territorio conceptual y humano que conoce de memoria, la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), la jurista mendocina Kemelmajer recibió ayer el diploma que la reconoce como doctora honoris causa. Y al recibirlo, reivindicó la pasión y la voluntad: reflexionó que todo se logra a partir de ellas.
“Como dijo la escritora española Ana María Matute en 2010, en ocasión de recibir el premio Cervantes, junto a la inmensa alegría que me invade, debo confesarles que preferiría tener que escribir tres novelas seguidas y 25 cuentos, sin respiro, a pronunciar un discurso por modesto que este sea. Y no es que menosprecie los discursos: sólo les temo”, citó. Kemelmajer agregó que ella no se había dedicado al arte, sino al Derecho, y que eso todavía complicaba más el trance de agradecer la distinción con la que la honraban. “Allá por el primer libro que publiqué, una correctora me hizo dos preguntas: ¿usted escribe poesía o sobre Derecho? ¿Quiere que la entiendan en la primera lectura? Desde entonces me esforcé por ser lineal y directa”, reveló. Y después de mencionar a otras personalidades distinguidas con el más alto grado académico de la UNT, expresó que no dejaba de preguntarse la razón por la que había sido incluida en el olimpo de la casa de Juan B. Terán. “Puede ser este premio el reconocimiento a la voluntad y a la pasión. Bienaventurado aquel que encuentra el trabajo que le gusta. Yo soy una bendecida por la vida”, admitió.
La bienaventuranza consiste, según su experiencia, en participar del proceso mágico del aprendizaje. Kemelmajer describió esa gracia como la del profesor que disfruta cuando la chispa que lleva adentro salta a sus alumnos y su mirada se ve iluminada por el pensamiento que entiende un significado nuevo. “Ese profesor debe prepararse para la repetición del milagro en la próxima clase”, añadió para, a continuación, definir que vivía el homenaje de la UNT como un galardón a la tenacidad y al entusiasmo. Pero no sólo a los que ella porta, sino a los que existieron en cualquier tiempo y lugar. Kemelmajer recordó que tal día como ayer (31 de octubre) habían sido inaugurados los frescos que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina (1512); el físico británico John Dalton descubrió la enfermedad de la vista conocida popularmente como daltonismo o ceguera de los colores (1794); las Cortes Generales aprobaron la Constitución de España hoy vigente (1978), y la Iglesia reconoció que el sabio Galileo Galilei tenía razón en cuanto a aquello de que la Tierra gira alrededor del sol y que su condena había sido injusta (1992). Como si su entusiasmo y tenacidad no bastaran, la jurista dijo: “estamos aquí para celebrar todo esto”.
El lugar de ella
La pasión y la voluntad, sustantivos femeninos, hicieron un juego perfecto con un estrado de mujeres. En él se sentaron, además de la catedrática laureada, la rectora Alicia Bardón, y Adela Seguí y Marta Tejerizo, respectivas decana y vicedecana de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNT. En ese escenario inusual, Kemelmajer se permitió la emoción y lloró. No una sino varias veces tuvo que enjugar las lágrimas rebeldes. El llanto se desencadenó mientras Seguí leía la semblanza que había preparado: la decana descerrajó una profusión de alabanzas y por fin la presentó como la más excelsa estudiosa del Derecho del país.
“La conocí en 1991. Tenía un saco lavanda...”, evocó la decana. Y añadió: “la observé desde lejos y me inspiró más de lo que ella imagina. Cambió para siempre el lugar de las mujeres en el mundo jurídico”. Espontáneamente, los asistentes al acto en el Aula Magna se levantaron para aplaudir de pie, entre los que estaban la vocal de la Corte local, Claudia Sbdar; la camarista federal Marina Cossio; las magistradas Alicia Freidenberg y Malvina Seguí (hermana de la autoridad anfitriona); Nedo Carlucci, esposo de la homenajeada; decanos, ex decanos, académicos, abogados, contadores y estudiantes. Alguien gritó “¡bravo!” mientras los músicos interpretaban el “Gaudeamus igitur”, himno universitario cuyo estribillo dice “viva la universidad / vivan los profesores”.
“Bella como Marlene”
Respecto de Kemelmajer hay unanimidad en cuanto a que representa el modelo de la catedrática viajera, que va a allí donde sus conocimientos sean requeridos. Como Domingo F. Sarmiento, esta maestra cuyana tiene discípulos y admiradores en el país entero. Esa cualidad para trasladarse o para ignorar la fatiga la llevó a ser la máxima expositora del Código Civil y Comercial de la Nación vigente desde 2015, cuya elaboración supervisó junto a dos ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti y a Elena Highton de Nolasco. Esta actividad coronó una carrera completa: fue jueza del alto tribunal de su provincia, y es autora de un sinnúmero de artículos y obras de doctrina, además de, por supuesto, docente en Argentina y el extranjero. Entre sus logros únicos consta el de ser una especialista de lo jurídico con varias especialidades, como familia, la bioética, el medio ambiente, los concursos y quiebras, el consumo y la filosofía del Derecho.
Pero el conocimiento a veces sólo sirve para ratificar cuán vasta es la ignorancia. Kemelmajer observó que había que tomar conciencia de que se avecinaba un futuro donde las respuestas actuales ya no valen. “Vivimos tiempos de nuevas preguntas. A decir verdad, han cambiado casi todas”, advirtió. Pero esa inquietud por el mañana no le impidió rendir un tributo al presente. “La actriz Marlene Dietrich dijo que hay una edad en la que las mujeres necesitan ser bellas para ser amadas y otra en la que necesitan ser amadas para ser bellas. Yo, que ya estoy en esa otra edad, siento que este gesto de amor de la UNT me permitirá seguir siendo bella”, confió a modo de despedida.